Pablo Vázquez: "No creo que el Tren de Aragua opere en la Ciudad de México, pero sí hay conexiones" | EL PAÍS México
Concluye el primer cuarto de siglo en la Ciudad de México, hogar de 10 millones de personas –más de 22 contando el área metropolitana–, siempre en busca de un equilibrio que a menudo parece esquivo. Las crisis relacionadas con el agua y la vivienda, los picos de contaminación y criminalidad, la congestión vehicular, pero también su esencia vibrante, su núcleo progresista, sus montañas y parques, así como los mil y un milagros que moldean sus calles y a las personas que las habitan diariamente, esbozan la entrañable dualidad de la antigua Tenochtitlan, que en 2025 celebra 700 años. La ciudad se ve magnífica desde aquí arriba, en el piso 12 de la sede central de la Secretaría de Seguridad de la capital. Desde este punto, despacha su director, Pablo Vázquez, quien recibe a EL PAÍS para realizar un balance de los primeros meses de la administración.
Ha sido un año complicado para la ciudad. Las lluvias copiosas del verano atajaron de momento la crisis hídrica y limpiaron el sucio aire urbano. Las elecciones de junio alumbraron una clara ganadora, la morenista Clara Brugada, y evitaron broncas posteriores. El parque vehicular sigue aumentando y ahora emerge el problema de las motos, cuyo número asciende en las calles. Algunos las señalan como causantes del incremento en accidentes viales. (Eso en una ciudad, y en un país en general, donde sacarse la licencia equivale a pasar por el cajero del banco). Y en medio de todo eso, la seguridad.
En el último semestre del año, la ciudad ha vivido repuntes de asesinatos aquí y allá, sobre todo en el centro. La extorsión sigue siendo un problema, y lo será por un tiempo, hasta que las autoridades lo asuman como un problema real y la población se acostumbre a denunciar. Peleas como la de esta semana en Coyoacán, con golpizas a puñetes y batazos, atropellos y gritos, todo registrado en vídeo, hablan de una violencia latente y triste. Varios femicidios han iluminado además un problema eterno y cambiante, la vitalidad de las redes de trata, ahora vinculadas a la migración venezolana y al grupo criminal más mediático de aquel país, el Tren de Aragua.